«La ciencia no existe, son los padres» es el titulo de una canción que empecé a componer hace unas semanas, y que quizás decida terminar y quizás no. Podríamos decir que hay un 50% de posibilidades para cada opción: pero como siempre que hablamos de porcentajes, lo único seguro es que mientras no la termine estará 100% a medias.
No reniego del método científico, ni mucho menos. Pero estoy cansado de ver como hoy en día más de la mitad de las publicaciones científicas tiene menos validez experimental que las conclusiones extraídas del plató de sálvame deluxe. De leer artículos llenos de conclusiones supuestamente irrefutables fundamentadas en estudios en los que participan 120 sujetos experimentales (n=120). De observar como la comunidad académica se transforma irremediablemente en una meritocracia donde el caché proviene única y exclusivamente del número de veces en que alguien es citado en las publicaciones de otros, y de como esto se traduce en un montón de amiguitos catedráticos citándose entre si una y otra vez. Que no todos, pero sí demasiados.
Hoy, aunque en realidad para mi ya es mañana (no son horas…), solo quiero daros un pequeño consejo: si leéis cualquier clase de «evidencia científica» que afirme rotundamente algo que toda la vida habíais creído falso, desconfiad. Quizás sea cierto no lo niego. A fin de cuentas en su momento también se tuvo que descubrir que la tierra era redonda. Pero como mínimo ser un poquito escépticos, y si tenéis la oportunidad revisad las fuentes de la evidencia. Prácticamente nada que tenga n=120 puede ser considerado de fiar.
La estadística debe ser un instrumento al servicio de la ciencia. Una herramienta a través de la cual analizar variables que respondan a las hipótesis que planteamos desde la lógica, el sentido común y la intuición, y nunca lo contrario. Jamás la ciencia un instrumento al servicio de los números.